Era
inquietante y siniestro
para mis
ojos de niña
aquel
revoltijo negro:
Mi madre por
persuadirme
“están buenos”,
me decía,
“moja un
poquito de pan,
verás qué
salsa tan rica”.
Pero yo
cerré la boca,
y salí
corriendo arisca,
aferrada a
un pensamiento,
más bien a
una idea fija:
“aunque mi
madre me mate,
no como esa
porquería”.
Pero pasaron
los años
y me fui
volviendo lista,
empecé a
probar más cosas
y entendí
que la comida
puede ser
interesante
y dar muchas
alegrías.
Un día volví
a enfrentarme
al guiso que
aborrecía
y lo probé
con reparo,
pero ya más
decidida:
El cielo se
abrió ante mí,
¡pero si era una delicia!
Ya no me
importaba el negro
de aquella
salsa exquisita
porque su
aroma sabroso
de todo la
redimía.
Y en los
tiernos calamares
que tan buen
sabor tenían
encontré un
regusto dulce,
como el de
las gambas finas.
En fin, para
no alargarme,
conseguí una
recetilla
Y ahora los
hago a menudo
para toda la
familia.
Ingredientes
Un kilo de
calamares; conviene pedir en la pescadería que los limpien y reserven las
bolsas de tinta
Medio kilo
de cebolla muy picada
Un par de
tomates maduros, pelados, picados y limpios de semillas, o medio bote de tomate natural triturado de medio kilo
Aceite
Sal
Una hoja de
laurel
Partir los
calamares en tiras o en aros y sacar la tinta de las bolsitas (si es la que
traen los propios calamares, a veces en la pescadería la dan en unos sobrecitos
de plástico), reservándola en un vaso.
Poner la
cebolla muy picada en una cacerola, con un poco de aceite y rehogarla un poco,
con algo de sal, pero poca porque los calamares tienden a resalarse.
Cuando la
cebolla está algo pochada, añadir los calamares y la hoja de laurel y dejarlos
cocer a fuego lento con la cacerola tapada todo el tiempo que necesiten hasta estar
tiernos, que unas veces es más y otras menos, removiendo de vez en cuando. No se debe añadir agua ni ningún otro líquido, deben hacerse con su propio jugo y el que suelte la cebolla. Añadir el tomate y cuando se reduzca y se vea trabado, incorporar la tinta, disuelta en un poco
de agua o vino blanco, o en un poco del el mismo tomate.
Dejar que de
unos hervores hasta que esté todo bien trabado, corregir de sal si es necesario y listo. Este plato está mejor de un día para otro.
Se suele
acompañar de arroz blanco, pero a mí no me parece indispensable.